Hay viajes a ninguna parte y
viajes a un sitio concreto. Viajes de reencuentro y de huida. Hay distintas
formas de viajar, sin moverte del sitio, puedes ir a la luna; a mí me pasa
constantemente. También puedes imitar a los pájaros y volar, volar alto, por
encima de las nubes. Para volar están los aviones, los helicópteros, los
globos,… Tienes la posibilidad de ir por mar, nadando como los pececillos o
montado en un bote, una barca o un majestuoso crucero. Por tierra puedes ir más
o menos veloz. Todo comienza por ir andando, a pie, es quizá la forma más lenta
de desplazamiento. Luego tenemos un artilugio de dos ruedas con el que podemos
desplazarnos siempre guardando el equilibrio, la bicicleta. También hay otro artilugio
de dos ruedas, pero eso es otra cosa, la moto, con la moto no hace falta
pedalear y pedalear, va sola, se desliza. Y está el coche, este ya es de cuatro
ruedas y la probabilidad de caer es ínfima; corre más y eso hace que un
accidente en él sea más peligroso. Y llegamos a otro trasporte, el autobús,
este es más grande y grandioso y es capaz de trasportar a un montón de gente en
comparación con los otros trasportes de tierra. Y ya viene mi favorito, EL TREN.
El tren puede trasportar más
pasajeros que nadie de los trasportes de tierra; se divide en vagones. En los
vagones de los trenes viajan a la vez alegrías y tristezas. Despedidas y encuentros,
gentes que van y gentes que vienen. Huidas y búsquedas. Viajan personas, con
sus vidas metidas en bolsas, maletas, sobre sus hombros. Y gente tan rica de
alma que no necesita equipaje porque todo lo que necesita lo lleva dentro, en
el corazón.
Dependiendo del año los paisajes
que puedes atisbar tras el cristal van cambiando. Se tornan más grises cuanto
más te metes en el invierno. En el otoño se vuelven color tierra y se camuflan
formando una espesa alfombra. Hay dorados, marrones, verdes, amarillos,… En
primavera hay un baile de color, una danza natural, el sol entra por la ventana
y te adormece. Te invita a dormir, soñar recordando lo que dejas atrás o
imaginando lo que encontrarás allí donde tu tren se dirija. En verano hay
distintos campos, o diferentes tonos dorado por el cereal o una gama enorme de
verdes cuanto más al norte te desplazas. Es precioso ver la meseta. Me gustan
aún más las vides en otoño, con el sol poniéndose a lo lejos y formando una
idílica foto de postal. Hay túneles que parece que no acaban nunca. Como si te
estuviesen llevando al centro de la tierra; donde el sol no hace acto de
presencia y aún así en el vagón hace un calor típico de los viajes. Y lo mejor
es el final del trayecto, cuando ya te enfrentas a tu realidad.