miércoles, 14 de agosto de 2013

Mí rincón.



Hay lugares que me gustan, pero pocos son los que me atrapan. Si alguna vez me enamoro, lo haré de un lugar como este. Las luces del atardecer hacen únicas las fotografías, y esa luz me recarga las pilas. El reflejo de tus ojos en el mar, no puede ser captado, ya que aún no han inventado una máquina capaz de reflejar fidedignamente ese resplandor; no se de qué depende más, del color del agua, del de tus ojos, de la incidencia de los rayos del sol o de lo idolatrado que tengo esté rincon del mundo. El no poder capturar este momento, me obliga, no a regañadientes, a seguir aquí toda la vida, junto a ti, para no olvidar ese viso. 

Me gusta la mezcla entre el marrón de la arena y el verde de las copas de los árboles, es una gama que me cautiva tanto que no pienso renunciar a ella. De ahí que mi época favorita del año sea el otoño, cuando las hojas caen y los suelos se cubren de un manto de hojarasca que te protege de moratones al caer. Es ese tiempo en el que hace demasiado calor como para ponerte gorro, pero hace el suficiente frio como para taparte la nariz con una bufanda. Es el momento perfecto para salir al porche de madera con mi jersey de punto verde pistacho y mi pañuelo verde oscuro, con un roibos dulce tentación, y sentir como se me calienta la nariz y se me empañan las gafas, mientras tu me abrazas entre tus piernas en ese enome balancín que tu padre construyó para nosotras.

El sonido es otra de esas cosas que más me deleitan de este lugar. No existe el silencio, no da pie a la soledad. Escúchese el vaivén de las olas, el romper de los rios en las cascadas, el piar de los pájaros o el zumbido de los insectos. He olvidado en parte, y añoro, el sonido alborotao del trasiego de la gente una tarde por la Plaza Mayor. Ese trasiego siempre estará ahí y será el eco de muchos. Aquí el runrún que la naturaleza compone, es menos compartido y más nuestro. Quiero que te teletrasportes y lo sientas, como lo siento yo.