miércoles, 28 de noviembre de 2012

Típico.


No adviertes que es lo común hasta que no buscas simplezas en lugares ajenos y te das cuenta de que no existen, de que no las han inventado. Te llevas las manos a la cabeza y los llamas locos, ¡locos!. Cuando el loco eres tú por pensar que todos somos iguales. No actuamos del mismo modo, y no sabría especificar cuál es mejor. Desde mi posición, en mi endogrupo, me da por pensar que mi opción es la mejor, pero eso es una locura, una majadería, un atrevimiento. ¿Quién es totalmente imparcial como para decidir qué es lo mejor? Además, qué más dará si es lo mejor o lo peor, simplemente importa que quién viva allí, de aquella manera, sea feliz así.

¿Somos quienes para imponer nuestro criterio allá por donde vamos? ¿O debemos deshacernos de todos nuestros “típicos” cuando donde estemos no lo sean? No lo entiendo y no lo sé. En la pluralidad se encuentra la magia. Debemos plegarnos dejando en la frontera lo que somos y acogiendo lo que vemos. No, no lo comparto. Aunque cada vez somos todos más parecidos. No entiendo porque nos empeñamos en hacer moldes iguales, por cortarnos a todos por el mismo patrón. Debemos o no plegarnos, ¿quién lo decide? ¿la moralidad? ¿la moralidad tiene siempre la voz cantante? Pero… no nos damos cuenta que incluso esa moralidad es diferente, es ambigua, no es imparcial. Moralizamos las cosas siempre desde nuestra estructura mental, que no es sino una representación personal de aquello que aceptamos, y no, de nuestra sociedad.

Saldremos y veremos, y nos miraran, con curiosidad ambas cosas. Hasta nuestro caminar nos traiciona y nos posiciona. No dejaremos indiferente a los ojos que nos ven, si tan opuestos somos a ellos. Provocaremos risa en ellos y posible que ellos en nosotros pena. Pena, pero pena por no entender su felicidad. Por ser avaros y codiciosos y aún así infelices. Y con sus simplezas, las cuales quizá no encontrarían en nuestro país, les basta y les sobra; y en cambio nosotros necesitamos tanto, tanto. Estamos tan atados y estigmatizados.

martes, 6 de noviembre de 2012

Ya es nada.


¿Cuándo quedamos? Sabes de sobra que me gusta escucharte y más aún verte. Poner cara de interés cuando hablas mientras pienso que es la mayor chorrada que he oído. Pero sé que te gusta hacerte el interesante y yo te doy ese placer. Porque no pierdo nada y tú te sientes importante, así piensas que aún ejerces ese poder sobre mí, pero no es así.

Siento que ya puedo leer tras de ti. Antes, un ambiente de interrogantes te envolvía. Una niebla de peculiaridad, singularidad. Pensaba que ese haz escondía un tesoro interno; pero ahora me doy cuenta de lo lejos que estaba de la realidad. Apenas era… nada. Eso es, nada. Solo nubes superficiales. Un velo que nada cubría, sin materia sustancial.

Tienes una de esas fachadas que a cualquier publicitista gustaría tener. Vendes por ti mismo. Eres un envoltorio bonito; que promete más de lo que tiene. Por dentro estás vació  roto, inconexo. Por eso cuando traspasas la niebla, sientes que un ideal se desvanece. 


Pero aún así siento la necesidad de perder mi tiempo contigo. Aún sabiendo de ti, más que tu mismo. Aún dándome cuenta de que la realidad está desvirtuada y eres como un cuadro de arte moderno.