miércoles, 24 de febrero de 2010

Malos tiempos.

Y vagar por la ciudad, con sus calles ahora vacías. Cubiertas y abrigadas por la espesura de la noche. Dejarme fluir por los adoquines que componen su entramado. Me pierdo cobijada por al soledad que a estas horas baña la ciudad. A lo lejos puedo vislumbrar un haz de luz. Detrás de los tejados por donde resbala el agua de lluvia.
Es tal y como me siento. Siento que la oscuridad se cierne sobre mi. No tengo esa luz que me proporcionan las ilusiones. Las ganas de vivir van menguando. No tengo la chispa de una meta que cumplir. Ando sin rumbo por una vida apagada. Me voy apagando y apago una pequeña porción de la vida de las personas cercanas. Ya ni la luz que me donan de forma austera me sirve para ver por donde pisan mis pies. Mi mirada esta cansada. Necesito reposar, desconectar y recobrar fuerzas para volver a encender el interruptor, prender la vida de la vida.
Siento que mis sentidos necesitan vacaciones, me siento saturada. Necesito encontrarme. Quiero encontrar una meta por la que levantarme cada mañana. Ya no sueño. Y la persona que no sueña esta muerta en vida. Ni las pesadillas me vistan por la noche. Con el día a día me basta, la rutina me envuelve. La rutina consigue que mi vida se abstenga de emociones. El espíritu aventurero que poseía a desaparecido, o confío en que únicamente se haya adormecido y que dentro de un tiempo de ausencia se manifieste, pues lo necesito.
Ni se lo que quiero. Añoro tanto la soledad como el abrigo de un calido abrazo.

sábado, 6 de febrero de 2010

El boli señalante, acusante, se abalanza sobre el papel blanco, puro, virginal.

Mancha su blancura con formas redondeadas y alargadas, líneas infinitas que lo traspasan de derecha a izquierda, de arriba a abajo. Se siguen las unas a las otras dejando pequeños espacios en blanco, respetando la pureza del papel, que aparece relegado a un segundo plano. Ahora es el soporte de dichos borratajos.

Los borratajos nos desvelan una nueva historia, un nuevo cuento, otra magnifica fantasía; fruto de las reflexiones que nuestra cabeza realiza en mayor o menor medida.

Nuestra mente como si de un exprimidor se tratase capta ideas que mete en la cabeza y les da vueltas, como el tambor de la lavadora al centrifugar. Va exprimiendo todo su jugo, todo lo aprovechable, y lo va guardando en un enorme campo que va aumentando en tamaño con el paso del tiempo, con la experiencia adquirida.

Es un campo en el que sembramos los recuerdos. Los archivamos minuciosamente, detallando día, lugar, sensación, compañía,...

Los recuerdos se almacenan en nuestro subconsciente. Y a veces se dignan a aparecer en nuestra mente consciente en el momento más inesperado. Hay recuerdos que nos dibujan sonrisas, otros que nos hacen derramar lágrimas. Los recuerdos que nos hacen llorar no tienen porque ser ni buenos ni malos; tengo muchos recuerdos buenos que cuando los recuerdo lloro; es raro, pero es así.

Los recuerdos por los que lloro son esos momentos felices que jamás podré volver a vivir por circunstancias que se van precediendo unas de otras y que acaban en cauces equivocados. Hay cauces que son imposibles de retroceder, hay veces que es imposible intentar enmendar los errores ya cometidos. Por mucho que duela hay veces que es demasiado tarde. Es algo que siempre me dijeron "nunca dejes para mañana, lo que puedas hacer hoy".

Aunque también hay recuerdos tristes que me atormentan a menudo. Pero el olvido es caprichoso.

Sigo empeñada en encontrar cual es la fórmula que sigue el olvido. Pero siempre hay incógnitas de las cuales no se el resultado y entorpecen mi camino para hallar la respuesta.