En el bolsillo pequeño de mi mochila llevo guardada una ilusión. Una ilusión que se alimenta de victorias y se hace más fuerte en cada derrota. Una ilusión que une a un pueblo. Un pueblo menos pequeño de lo que alguno se creen. En esta ilusión todos tenemos cabida. Tiene un remolque enorme al que todos podemos subir. Delante van los de siempre, los que han visto crecer esta ilusión los que más empujan hacia la ansiada victoria y los que también se han hecho más fuertes con sus derrotas. Atrás están los nuevos, los que también participan pero de otra forma, diferente, no por ello no peor; y aún no conocen lo que es empujar a está ilusión aún cuando pierde y parece apagarse.
Esto es algo que construimos todos y que una plantilla confirma. Nos hace soñar y olvidar los problemas por lapsos de tiempo de unos 90 minutos, más lo que dure la borrachera de ilusión. Porque eso tienen las ilusiones, que te trasportan a otro lugar y te hacen sentir escalofríos por todo el cuerpo.