Un mar de incógnitas se cierne sobre mí mientras allí estoy postrada sobre la verde capa con pequeños destellos de colores serpenteantes. O si bien sobre ese duro asfalto que cuando poso mi piel sobre él hace que se erice del calor que desprende. Así consigo entrar en calor de forma rápida, mientras los rayos de sol calientan la parte de mi cuerpo que lo mira. La suave brisa hace que el calor no sea tan sofocante y hace que mi pelo se mueva como le viene en gana, sin respetar ese dulce peinado que adornaba mi cabellera antes de que el viento lo moviese a su antojo.
De dudas hablaba, si. Dudas y más dudas. “La vida es una constante incógnita” leí una vez en un libro del que ni siquiera recuerdo el título. Y eso se supone que es lo divertido de vivir. Que en tu largo camino veas, conozcas, aprendas todo lo que el mundo puede postrar a tus pies. Fácil seria que nos lo dieran todo mascado. Si, seria fácil a la vez que aburrido.
También recuerdo otra frase “somos lo que decidimos ser, pero también somos aquello que decidimos no ser”. Puede que no sean las palabras exactas, pero si el mensaje que daba, o por lo menos el que yo interprete.
Hoy estoy a un día de acabar este curso tan decisivo en la vida de cualquier persona, segundo de bachillerato. El ultimo curso antes de una nueva etapa, la universidad. Tengo tantas ganas que mi cabeza no consigue pensar en filosofía y mucho menos en ciencias de la tierra y el medio ambiente. Tengo tantas expectativas. Tanto que pensar y tanto que decidir. De lo que ahora haga depende mi futuro. Y para que nos vamos a engañar, me da miedo. Es una difícil elección.
Confío en que el canto de los pájaros, el sol del verano, la suave brisa me ayuden a pensar y decidir que es lo mejor y lo más importante lo que más pega conmigo. Solo espero que mis expectativas no sean más altas que la propia realidad.